jueves, 16 de junio de 2016

Ropero, roperito (cuento)


          Las paredes de la habitación serán de color verde oscuro, no oscuro de oscuridad sino de feo y apagado, estarán  atiborradas de esos pequeños cuadros con fotos en blanco y negro de familiares desde siempre exánimes, o imágenes de santos adornadas con dos hojas de olivo secas cruzadas debajo de sus rostros, todas caras bidimensionales observándote  desde el limbo de lo falso y lo inexistente.
          Una ventana dará al patio y éste estará comenzando a ser invadido por una luz que ya no será la nocturna. Un momento entre la noche y el comienzo del amanecer.
          Habrá una cama grande y fea (una enorme cama de hierro de altas patas y ruidoso elástico flotante); esparcidos desprolijamente por toda la pieza habrá decenas de aparatos eléctricos ancestralmente fuera de funcionamiento, un ropero de tres puertas más ruidoso aún que la cama, una repisa con dos estantes pintada de dorado con aerosol y  sobre ella, una horrible muñeca negra de incandescentes ojos claros que te mirará desde ahí arriba con malévola intención.
          Como único sonido en primer plano, las uñas de tu perro rascando el viejo y hediondo pedazo de goma espuma que le servirá  de colchón, rasgándole el forro que ya estará hecho mierda desde antes; un poco mas lejos escucharás los pájaros enjaulados de tu vecina,  histéricos de hambre y miedo.      
          Casi sin pensamientos tu cabeza entrará en el estado de semi-vigilia que antecede al sueño, sin contacto consiente con la realidad pero con los sentidos apenas menos que alerta.
          El sonido de tu respiración; el olor a humedad; tu corazón latiendo en las venas de tus sienes; el dolor en tu nuca. Todo percibido con gran intensidad.
          Los años y el calor creciente le arrancarán un crujido a las paredes de tu casa. El miedo será repentino.  El mismo antiguo temor de ser tocado en la oscuridad. El mismo vacío.
          Los pájaros de tu vecina enloquecidos, el sonido metálico de la jaula cayendo y el rugido agudo de un gato.
          Sabrás que los pájaros están muriendo.                                          
          El sueño será inducido solo por la inminente llegada del día.
          Sentirás que es un mundo violento el que te acuna. Los peores brazos en donde dormir.                                                                    
         

          La tarde te llevará a una vida de rutina, a tu trabajo común, con obligaciones idénticas a las del resto.
          Todas las personas habitarán en un mismo desierto de soledad atractivamente disimulada, enmascarada detrás de una fachada de individualismo. Nada prometedor en el horizonte. Una vida desprovista de motivaciones. El recuerdo de la noche anterior será lo único que te haga sentir que todavía estás con vida. Evocarás el confuso sonido de los pájaros y caerás en la cuenta de que existe la muerte.
          Las caminatas hacia ninguna parte, que terminarán en la parada de algún bondi que te deje a menos de cuarenta cuadras de casa, serán de lo mas habitual. El mismo monótono paisaje a través de las mugrientas ventanillas. Los mismos rostros inalterables. Nadie que no parezca presa de un mismo mal.
          La noche ya habrá llegado horas antes cuando te encuentres con tu soledad en un espacio que, a pesar de ser el tuyo desde días tan lejanos, parecerá formar parte de los recuerdos de alguien que vos habrás dejado de ser  mucho tiempo atrás, cuando el cansancio y la asfixia aún no hubiesen  asomado su sucia cabeza.
          Entrarás arrastrando los pies, trayendo con vos el frío del invierno adherido al pesado abrigo.
          El mismo olor a rancio de siempre, el que habrás percibido cada vez que hayas atravesado esa puerta, desde años remotos, te hará sentir una sensación que, a pesar de haberse repetido cada vez que hayas entrado al lugar, será sorpresivamente molesta.
          Cuando tu rechoncho perro te salude, saltando alegre pero pesadamente a tu alrededor, para después clavar su hocico en tus partes nobles, te lo sacarás de encima con una patada y pensarás, como siempre, en lo gordo y ridículo que se ve aquel animal y en lo harto que deberá estar de no hacer otra cosa mas que comer y dormir. Te harás la promesa de ponerle la correa el domingo y llevarlo a algún parque para que corra un poco, pero sabrás que es una promesa que quedará sin cumplir, igual que la del día anterior y como las siete idénticas que habrás hecho cada día de la semana previa. El perpetuo incumplimiento para con tu persona te seguirá sorprendiendo.
          Serás un ser ajeno a tus propias cosas, un ente que reconocerá su mundo angosto cada vez que abra los ojos y que inmediatamente después de cerrarlos olvidará hasta el más marcado de los rasgos, el más notorio de ellos: las enormes fauces, negras y desencajadamente abiertas de la nada, que estará ciega de hambre, acechando y serrando su cavernosa boca en un golpe seco de dientes para morder el aire. Tu propio vacío a punto de devorarte.
          Aquel será un lugar de altas paredes húmedas, poblado de antiguos muebles y viejos ecos, un sitio con tableros de ajedrez como pisos, sin plantas, sin nada vivo mas que vos y tu perro. El televisor te estará esperando encendido en el enorme comedor sin ventanas. La luz intermitente del aparato y el suelo cuadriculado te darán sensación de mareo.
          El sitio no será reconfortante como los hogares suelen  serlo. Cada rincón tendrá impreso un sinfín de imágenes superpuestas, muy pocas de ellas dignas de ser recordadas, y no por ser horribles o dolorosas, sino porque simplemente no habrá nada relevante en ellas, solo instantáneas de tu  vida transcurriendo hacia lo que serás entonces.
          Odiarás aquel pequeño mundo lleno de cosas sin substancia.
          Cada tarea te parecerá ínfima ante los ojos de quién debiera valorarla. Te preguntarás "¿Para qué?" a cada paso.
          ¿Para qué conservar habitable el lugar?, ¿Por qué no dejar que se acumulen tanto el polvo de todos los días como la mierda de un perro que nunca sale a la calle? ¿Para qué abarrotar tu estomago y el de tu perro con comida? ¿Para que seguir con la misma ridícula película? Sentirás que tu vida es una pantomima montada solamente para complacer a un espectador que ni siquiera estará presente para ver la patética representación.
          Cosas de todos los días.
          Pero no te harás cuestionamientos a la hora de darle lumbre a lo único que sabrás que va a sacarte de ahí aquella noche.
          Luego, tendido sobre tu vieja y ruidosa cama de bronce, disfrutarás de lo delicioso. Lo único para saborear.
          Sentirás como el humo dulce y sedante surte el reconfortante efecto. Podrás percibir como la tensión se aleja lentamente. Los pensamientos que un segundo antes te hubiesen provocado solo sentimientos de angustia tomarán un carácter volátil, hasta jocoso.
          Junto a tu cama estará el perro rascando su colchón.
          Dejarás a tus ojos elegir y se dirigirán hacia el techo.
          Observarás un ventilador que siempre habrá estado suspendido sobre el centro de la habitación, sin funcionar.
          Rememorarás el día en que lo colocaron. Vos tendrías unos cuarenta años menos. Recordarás que el técnico se había mostrado muy amable dando una larga explicación de cómo funcionaba el complejo armatoste. Las imágenes parecerán estar siendo proyectadas en tus retinas. Tus padres y vos escuchando atentamente, reunidos debajo del moderno artículo. Te acordarás que el hombre hasta había dado una demostración práctica de cómo se encendía y cambiaba de velocidades, también que una hora mas tarde de que aquel didáctico obrero se hubo marchado el artefacto eléctrico palmó para siempre.
          _Cualquier problemita... ya sabe._ Había dicho el servicial sujeto mientras subía a su vieja camioneta.
          Pero nada. Nunca nadie habrá movido un dedo para hacer una llamada telefónica.  
          El ventilador continuará ahí, sin otra función más que la de juntar mugre y telarañas.
          Tragarás otra larga bocanada de aquel gustoso elixir y seguirás mirando el entorno. Plácido. Sumido en tu cuelgue.
          Verás tus cosas rodeándote, iluminadas solo por la luz del velador que estará a tu derecha, sobre el suelo de madera.
          _ ¿Habrá algo que todavía sirva entre toda esta porquería?_ Las palabras te saldrán directamente de adentro, sin pasar por ningún filtro impuesto.
          Repararás en la tele portátil que tendrá unos treinta y cinco años de vida inútil.
          El destartalado radio-reloj, poco menos de treinta.
          Un grabador marca "Nippon" de los primeros que aparecieron a fines de los '70, más de cincuenta años. Repararás en el detalle de que aquel absurdo despojo llevará mas tiempo a tu lado del que ninguna otra cosa haya persistido, incluyendo personas.
          El aparato de video. Obsoleto.
          Colgada en la pared, una guitarra de industria nacional sin marca, que conservará solo la tercera y quinta cuerda. Un verdadero fósil.
          Todas aquellas serán cosas inútiles, conservadas solo por tu debilidad y la imposibilidad de desprenderte de ellas o de cualquier otra.
          Verás que tu faso está extinguido y le darás nueva vida con tu viejo encendedor a bencina, uno de tus muy pocos objetos estimables y, sin embargo, uno de los menos usados.
          ¡Que extraño te resultará todo aquel asunto! Una persona de más de setenta años adquiriendo aquella clase de conducta. ¿Quién lo hubiera dicho justo de vos? Seguramente nadie. Al menos no aquellos personajes de tu infancia. Aquella menuda persona ya no parecerá la misma.
          Tus ojos se extraviarán nuevamente en el remoto cielo raso, tan encumbrado como las expectativas muertas.
          Un chico mirando la pared (vos soñando con ser vos).
          Tu viejo cantándote una canción de cuna.
          El tren.
          Una vieja cinta proyectada contra la pared desde el mudo "Super 8".
          Tus rodillas regordetas, paspadas y percudidas de mugre (tus rodillas cansadas temblando de miedo en la habitación).
          Siempre el temor, irrumpiendo sin permiso.
          Nadie podrá negarte que las plantas se moverán en tu patio, y no por el viento. No habrá aire vivo en el pulmón de la vieja manzana.
          _ Los pájaros..._.
          Recordarás haber oído los gritos de tu vecina loca durante aquella mañana, el llanto de la dama caída de madura cuando haya visto lo que quedó de la jaula.
          Afuera, las aves interfectas, a medio digerir, cantarán desde el estómago del gato. Pajarracos podridos en una jaula de carne viva. Los estarás escuchando.
          Pensarás que no hay sitio para factores ultraterrenos en tu mundo. Te consolarás por un segundo creyendo, por autodeterminación, que eso que estarás viviendo no será real. Luego repararás en que, verdaderamente, solo querrás que no lo sea.
          La quietud y el silencio harán que las formas comiencen a revelarse en la opacidad del dormitorio.
          Siluetas nebulosas al otro lado de tu ventana. No solo sombras. Habrá algo afuera. Aves quizás.
          Desearás poder atribuirle aquello al efecto narcótico de la chala, pero sabrás que no hay en el mundo faso capaz de causar tales derivaciones.
          Pondrás toda tu atención en el ropero de tres puertas.
          Al cabo de algunos minutos empezarás a notar que no podrás desviar tu mirada del horrible mueble. Intentarás apartar tus ojos pero no habrá en tu cuerpo fuerza capaz de controlar el menor  movimiento. La parálisis será total. Tratarás de bajar los párpados pero será imposible. Entonces comenzarás a conjeturar que algo que no querrás ver aparecerá justo ahí, enfrente tuyo, y que, como en los peores sueños, tus ojos no podrán evadirlo.
          El frío sudor bajará por tu cara y tu espalda.
          Sentirás el viento helado entrando por la ventana.
          Tus manos, dotadas de vida propia, comandadas por una voluntad que no será la tuya, se moverán para correr los mechones de pelo empapado que cubrirán tus ojos para que...
          _ ¡No!. _.
          ...puedas ver.  
          El resto de la pieza desaparecerá. Solo verás el ropero a través de un túnel hecho de oscuridad. La puerta del centro estará apenas abierta. Podrás advertir la presencia de eso. Sin verlo sabrás que ahí está.  Desearás poder moverte para correr, para huir hacia la calle, un sitio donde nunca te habrás sentido a salvo pero que en aquel momento te parecerá mejor que tu propio cuarto, tu prisión voluntaria durante toda la vida.
          Escucharás otra vez a los pájaros cantando dentro del gato. Saliendo del gato.
          La carne del depredador desgarrada por dentro. Monstruos emplumados devorando. Huesos frágiles rompiéndose en sus picos implacables, tan vengativos como justicieros.
          Intentarás pedir ayuda, emitir el grito cobarde del que está solo y no puede defenderse. Vociferaciones sin sonido. Desesperación. Tu boca en movimiento  solo emitirá un susurro imperceptible, un soplido seco. Verás unos dedos asomándose por la puerta entreabierta del ropero, cerrándose sobre su canto. La puerta seguirá sin moverse. Harás otro esfuerzo por cerrar los ojos y lo que te estará gobernando te permitirá hacerlo. Sentirás que el corazón trata de salirse de tu pecho. La imagen no desaparecerá. Con los ojos cerrados contemplarás como la oscura mano empieza a abrir la puerta. Desearás que los pájaros de tu vecina te devoren.
          Odiarás una vida incapaz de otorgar un maldito momento de distracción. Nada de anestésicos vegetales. Ni un poco de liviandad en tu cabeza. Solo el conocido terror.
          Saldrá del ropero en un flash de  tus ojos.  Sabrás que sus manos son reales, que con ellas puede tocarte. Sentirás tu cuerpo desplazándose hacia el interior del ropero, arrastrado como si se tratara de un muñeco. Te cargará fácilmente sobre uno de sus hombros, con tu cabeza colgando a sus espaldas, y atravesarán la desprolija pila de ropa para internarse en un sitio mas allá del ropero.
          Reconocerás el olor inmediatamente, el mismo que habrás sentido cada día al regresar a casa y que, seguramente por efectos del acostumbramiento, habrá ido desapareciendo al cabo de las horas, haciéndose imperceptible hasta el momento en que volvieras a entrar por aquella puerta. El olor rancio siempre habrá venido de aquel lugar.
          Verás la débil luz de tu cuarto por última vez un segundo después de que hayan comenzado a descender por la empinada escalera en espiral. Desde tu incómoda posición sólo podrás apreciar la parte mas baja de las desniveladas paredes, además de los negros escalones y las piernas de tu captor, notablemente más oscuras que la  atezada roca con la que estará construido el sombrío recinto. La escalera y el muro, de enormes ladrillos desparejos, estarán tenuemente iluminados por una fluctuante luz rojiza, seguramente una antorcha en la mano del infausto merodeador nocturno. Únicamente escucharás el eco de sus pasos, la rocosa pared te los devolverá en monótona reflexión sonora.
          El aire se irá tornando más frío y húmedo a medida que bajen. Ni rastros del dulce humo. Solo aquel desagradable hedor. Pensarás en lo lejos que deberá estar tu antigua habitación.
          Irrevocablemente seguirán descendiendo hacia lo inexplorado, hacia lo recóndito y oscuro. Escalones abajo. Más y más lejos del mundo, donde ciertamente sabrás que nadie podría encontrarte.
          El largo descenso se verá interrumpido cuando lleguen, saco y costalero, a una inmensa galería. Notarás que aquel espacio es circular. Verás, de reojo, los muros curvados y, en torno al gélido recinto, lóbregas arcadas insondables mas allá de las cuales solo cundirá una imperturbable noche espectral. Las paredes y el piso serán del mismo material rocoso que la escalera, enormes bloques cuadrados de fría piedra. La imponente estancia circular quedará atrás y comprenderás que han atravesado uno de aquellos arcos. Avanzarán por un ancho pasillo durante horas. La marcha del secuestrador seguirá siendo rítmica sobre el húmedo suelo de áspero granito como lo habrá sido al andar, en frenético descenso, sobre los desnivelados escalones. El sonido de las pisadas te resultará inexplicablemente solemne, como si se tratara de repiques de antiguos tambores tribales, viejos tambores de sentencia. Un viento frío y maloliente aullará desde las profundidades del largo corredor trayendo con él la inconfundible fetidez añeja de la muerte. Hacia aquel averno se dirigirán ustedes. De tanto en tanto verás alguna que otra abertura en una  de las paredes, entradas en forma de arco mas bajas y angostas que las de la antigua galería discoidal pero idénticamente oscuras y escalofriantes. Tu cuerpo, aún paralizado, seguirá impotente sobre el hombro del oscuro ser descarnado.
          El silbido del viento sonará como un coro de ángeles infernales. Agudas voces asexuadas cantando vocales imprecisas en un extraño lenguaje tan antiguo como el mundo mismo y sus profundidades.
          El desparejo suelo de enormes bloques desaparecerá imprevistamente y bajo los pies de aquella sombra sólo habrá roca en su estado original. Notarás también que las negras paredes han quedado atrás y verás en cambio, hasta donde tu posición te lo permita, descomunales estalagmitas elevándose como columnas. El viento ya no provendrá de un punto en particular sino que parecerá vociferar desde todas partes, en tu espalda sentirás su helada fricción. La amarillenta luz de la antorcha amenazará con apagarse y le rogarás al viento que no te prive de la última claridad. Un rezo sin sentido. Un ruego mudo. En respuesta, las melancólicas voces intraterrenas te devolverán su canto disonante.
         Entonces recordarás la entrada detrás del ropero. Los ladrillos de la pared con sus bordes filosos, la áspera roca de la escalera y también las enormes piedras  del largo corredor, cuadradas pero más redondeadas en los ángulos. Más viejas.  
          Recordarás también haber oído golpes en el ropero durante infinitas noches de insomnio, pero el fenómeno nunca te habrá parecido extraño. Tal vez fuera aquel demonio impertinente y poco silencioso construyendo una salida, un pasadizo directo a tu habitación. Advertirás entonces que algunas veces, por cotidiano, lo enigmático habrá sido pasado por alto.
          Te preguntarás qué clase de ente es aquella criatura diablesca, ese espanto noctámbulo capaz de irrumpir tan vilmente en la seguridad de tu propia casa. Con tu cuerpo paralizado seguirás atravesando aquellos negros espacios sobre el huesudo hombro de aquel espectro, observando impotente la sombría escena. Te cuestionarás también acerca de los pasadizos. Recordarás los tenebrosos arcos en la habitación circular y el terror que te habrá invadido al observarlos, tu antiguo miedo a la oscuridad.
          En un instante de llano terror el viento apagará la antorcha. Su reflejo anaranjado permanecerá vivo en tus retinas apenas por unos segundos. Luego, la oscuridad absoluta. Podrás oler el humo proveniente de la antorcha extinta. Las espectrales voces reirán en tonos sobrehumanamente altos mofándose de tu desgracia en forma innecesariamente cruel, sólo el grito de tus propias entrañas seguirá siendo mudo, y tu cuerpo inútil. Percibirás el balanceo de tu cabeza y tus brazos flácidos moviéndose al ritmo impuesto por la velocidad de sus pasos. Sentirás tu pecho y tu estómago oprimidos sobre su hombro y parte de su enorme espalda escuálida. Ambos seguirán su camino. Uno sobre el otro. Juntos y solos en la más  recóndita y profunda oscuridad. Cruzarán anchas llanuras subterráneas y respirarás los inmundos vapores de acuosos pantanos malolientes. Luego descenderán por escarpados despeñaderos hasta profundidades mucho mayores aún para después seguir avanzando sin respiro en continuo peregrinaje. Oscuridad y desolación. Paisajes tan impenetrables y misteriosos como los planes de condenación del mefistofélico bastardo. El reloj  incesante de sus pisadas marcará los últimos momentos. Un par de pies inhumanos en medio del mismo infierno. Tu negra escolta inmutable. A través de cavernosas inmensidades trazarán un nefasto camino hacia el dolor y la muerte. El dolor y la muerte. El puto dolor.
          Creerás que tu vista te está engañando cuando ambos ingresen en una iluminada cámara. Pensarás que finalmente tu cabeza ha comenzado a fallar a causa del acojonante episodio. Alivianarás tu carga diciéndole a tu cerebro que toleró hasta un punto mas allá del que nunca hubieses esperado. Incluso cuando seas arrojado sobre la fría mesa de piedra pensarás que todo forma parte del mismo delirio. Al ver el rostro de tu raptor creerás que es tu mente la que pone imágenes donde solo había incógnitas. Atribuirás su grotesca faz a miles de horas de terror vividas durante tortuosas noches, imaginando la cara de un demonio que entonces no conocías, el mismo que  ahora parecerá mirarte desde un par de párpados cocidos, hundidos y sin ojos que cubrir, encorvándose sobre tu cuerpo,  respirando a pocos centímetros de tu cara.  
          Percibirás el puño negro del destino cerrándose en torno a tu alma condenada.
          Dolor y muerte...
          Sus agudos dientes se hincarán sobre la carne de tu mejilla derecha. Degustarás tu sangre mezclada con su saliva ácida. Advertirás sus dientes chocando contra los tuyos al morder. La sangre bajará por tu cuello y goteará desde tu oreja hasta la dura superficie rocosa. Aquel será el peor de los destinos, el más cruel de los tormentos. Escucharás el sonido de su garganta al tragar tu carne. Una parte tuya perdiéndose para siempre en las fauces del mismísimo Satanás.
          Repentinamente sentirás otras bocas mordiendo. Filosas dentaduras en ambos muslos arrancando músculos y tendones. Otro de ellos hundirá su espantoso rostro en tus tripas, devorando tus intestinos y tu estómago junto con su pestilente contenido, después te mostrará el interior de su boca para que puedas verte masticado, sus párpados también estarán cosidos y la piel de su cuerpo totalmente seca y pegada a los huesos, solo el interior de su boca se verá húmeda y realmente viva. Luego más fauces hambrientas se sumarán al banquete caníbal y durante largas horas sufrirás la tortura de aquella tromba de famélicos sentenciados. Lentamente devorarán toda la carne de tu cuerpo sin que puedas hacer nada para impedirlo. Desde ensangrentados huecos los verás comerse tus ojos. También verás las descarnadas manos cociendo tus párpados con tiras hechas de tu propia piel.
          Dentro tuyo un grito sordo crecerá llegando a cada rincón de tu ser.
          En aquel momento, sin que se lo hayas ordenado, tu cuerpo muerto se pondrá de pie.  
          Entonces comprenderás que quien te entregó a aquellos torturadores no quería hacerlo, y que era en realidad un ser condenado, igual que vos y todos aquellos cadáveres animados por una fuerza incorpórea y retorcida. En aquel momento entenderás que te has convertido en un emisario de la ruina y el pesar. Serás un niño asustado atrapado en el cuerpo de un zombi, un viejo deshauciado y arrepentido de no haber generado jamás un recuerdo feliz que llene el vacío y te distraiga de la más intensa de las pesadillas hecha realidad.
          Serás un esperpento antropófago asqueado de vos mismo, un ser incapaz de rehusarse a torturar y devorar.
          Serás un misterioso ruido en el ropero de algún infortunado.


Gustavo Cipriano    

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