martes, 22 de junio de 2010

Pánico escénico


Hay un grado de ansiedad que es normal antes de dar un recital, hasta saludable. Pero para muchas personas esa ansiedad se vuelve irracional, desmedida y paralizante. Uno puede estar cien por ciento convencido de saberse a la perfección el repertorio, cada parte de la letra y melodía de los temas... después de todo para eso ensayamos tanto, ¿no?... pero hay quienes se olvidan de todo cuando suben al escenario y enfrentan al público, incluso antes. Algunos comienzan a experimentar el pánico escénico la noche anterior en forma de insomnio, ansiedad extrema (ataques de ansiedad o de pánico) y preguntas del tipo “¿para que hago esto?” o “¿cómo era que empezaba el tema nuevo?”. Aunque no soy psicólogo ni nada por el estilo trataré de ayudarlos con este asunto, porque de la experiencia también se aprende. Muchas veces mis rodillas temblaron, la garganta se me secó, se me hizo un nudo en la nuez, el aire no me pasaba y para rematarla mi voz dijo “chau” a la mitad del segundo tema. Lo que realmente me ocurría era que tenía miedo. No me sentía preparado. Y no lo estaba. Pero no era entrenamiento musical lo que necesitaba sino escénico. El escenario era un monstruo violento y cruel, no perdonaba. Daba igual uno fabricado con cajones de cerveza y tablones que el del auditorio más pulenta. Y la realidad era cruel. No tenían sentido tantas horas de práctica ni tanta guita gastada en ensayos si después lo que se veía en el escenario era cualquier otra cosa. Un pibe sufriendo, tratando de agarrar la púa que se le caía porque las manos le transpiraban a full. Eso no le gustaba a nadie, ni al público ni a mí. Algo tenía que hacer. Entonces me anoté en un taller de teatro. Al toque supe que había hecho un negocio redondo, era gratis y había un montón de minas. Pero también me di cuenta que uno se podía divertir en el escenario, por más ensayado que estuviera el cuadro o “scketch” siempre se podía encontrar algo nuevo, descubrir como decir mejor una frase o que cara o impostación de voz era más efectiva o graciosa. Y lo mejor era que la mayoría de las veces ensayábamos en un escenario de verdad. De esa forma me fui familiarizando cada vez más. Los ejercicios y la improvisación (que al principio me resultaban bastante difíciles e incómodos) me fueron muy útiles, aportándome una mayor comprensión del medio (en este caso, el escenario), eso me dio soltura, tanto física como mental, un factor imprescindible a la hora de colgarse un instrumento o empuñar un micrófono y enfrentar al público, ya que no es sólo música lo que vienen a buscar, sino además entretenimiento. También está bueno conocer el concepto de la cuarta pared, que no es otra cosa que el borde del escenario. A veces creer en la existencia de esa pared invisible ayuda mucho a la hora de superar el pánico escénico. Pero también nos aleja del público. Por ahí eso está bueno para un actor que necesita meterse en el personaje y no escuchar como desenvuelve caramelos la vieja de la tercer fila, o algún ronquido misterioso que viene del fondo, pero nosotros no somos actores, y nos conviene llevarnos bien con el público en vez de hacer de cuenta que no está ahí. Digamos que de la misma manera en que los actores deben construir esa cuarta pared, nosotros tenemos que tratar de tirarla abajo. Además en teatro uno aprende, entre otras cosas, donde pararse para no estar en penumbras, a darle balance visual a la escena aprovechando los espacios vacíos, también se aprende a respetar al que está en el escenario con uno, a no hablar sobre las palabras del otro (o ponerse a gritar durante el sólo de guitarra). Sepan también que hacer teatro no es la única salida. Hay formas de ir acostumbrándose al publico gradualmente. Por ejemplo: pidiéndole a los demás músicos que inviten gente a los ensayos, amigos de ellos, preferentemente desconocidos para nosotros. Después de todo el pánico escénico no es otra cosa más que el miedo a los ojos de gente extraña. También sería bueno filmar algún ensayo cada tanto. De esta manera podríamos vernos más objetivamente. Por ahí hasta descubrimos que no somos tan malos. Y si hay algo que no nos gusta lo corregimos y listo. Tampoco está de más recordarles que el alcohol no es un buen remedio. Es verdad que un trago puede ahuyentar las inhibiciones, pero en un estado de ansiedad extrema se corre el riesgo de tomar demasiado y terminar sumando un nuevo problema al que ya teníamos. Como mantenerse parado, por ejemplo, o no vomitar. Además de los efectos que el alcohol tiene sobre las cuerdas vocales. Tampoco es recomendable medicarse para un show, la voz y el cuerpo se cansan, la garganta se seca y el aire nunca alcanza. Lo más valioso a la hora de evitar (o enfrentar) el pánico escénico es una real auto - confianza (sin perder la crítica). Si sabemos hasta donde podemos dar, que temas podemos cantar y cuales no, seguramente vamos a subir al escenario con cierta “autoridad” o “tranquilidad”, un respaldo práctico - teórico que nos da el criterio necesario para saber, objetivamente, con qué se va a encontrar la gente cuando nos vea y escuche. Finalmente está bueno decir que, muy a pesar nuestro, debemos aprender a convivir con las cosas que no nos gustan de nosotros. Si esperamos ser perfectos nunca nos vamos a poder subir a ningún escenario. Gran parte del truco está en asumir nuestras limitaciones y, como dicen los de Alcohólicos Anónimos, “...aceptar las cosas que no podemos cambiar”, aunque yo también agregaría “disimular las que se puedan disimular”.

Gustavo Cipriano

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